Con los acordes de sus canciones bordé mi adolescencia de himnos a la libertad y de amor a mi tierra.
Su muerte me sorprendió el domingo pasado enZaragoza. Nadie hablaba de otra cosa. A cada zaragozano se nos había muerto alguien de la familia. El taxista que me llevó al aeropuerto me
comentó emocionado que había tenido la suerte de conocerle. Yo también: hace muchos años me llevó en autostop cuando volvía yo de un campamento de verano en Arguis y él de dar un concierto. Fuimos hablando y cantando sus canciones por todo el camino, hasta Zaragoza. Encuentro luminoso con un hombre que, al mirarte, te daba energía para erguirte, y te hacía sentir orgulloso y dueño de tu destino. Como hizo con nuestra tierra de Aragón.
Cada vez que vuelvo a Zaragoza y que sobrevuelo en avión las tierras secas sintiendo en mi propio vientre los espasmos de su sed, me vienen las palabras de Labordeta a la mente y al corazón: “Polvo,niebla, viento y sol, y donde hay agua una huerta…”
Entonces sé que, a pesar de mi cada vez mas largo exilio en tierras de lluvia, mi voz y mi corazón siguen siendo de secano,estremeciéndose ante la promesa del agua y el final de la sed.
Gracias, José Antonio, por haber labrado una identidad aragonesa en medio de soledades y caminos de nada. Por habernos dado la voz, la conciencia y la palabra.
Polvo, niebla, viento y sol
y donde hay agua, una huerta;
al norte, los Pirineos:
esta tierra es Aragón.
Al norte, los Pirineos
al sur, la sierra callada,
pasa el Ebro por el centro
con su soledad a la espalda.
Dicen que hay tierras al este
donde se trabaja y pagan…
Hacia el oeste el Moncayo
como un dios que ya no ampara.
Desde tiempos a esta parte,
vamos camino de nada,
vamos a ver como el Ebro
con su soledad se marcha.
Y con el van en compaña
las gentes de estas vaguadas,
de estos valles, de estas sierras,
de estas huertas arruinadas.
Polvo, niebla, viento y sol
y donde hay agua, una huerta;
al norte, los Pirineos:
esta tierra es Aragón”.
Hablo por hablar (poema)
Hablo, por hablar,
hoy que está desierto el mar
y una paz agreste invade
estas turolenses llamaradas
de fuego y de dolor.
Hablo del día a día que sucede,
de las tardes que adiós nos despedimos,
de los hijos que llegan,
de las tierras que acogen nuestros cuerpos
y de todo aquello
que va formando, al fin, nuestra figura.
Del paso indefinido
hablo también
y hablo, para quedar en paz con mi conciencia,
del tiempo jamás recuperado,
huido entre sonrisas, adioses y lágrimas,
que nadie reservó para el otoño.
Hablo del campesino y de su hondura,
del herrero que fragua su tristeza,
del minero que invade las entrañas,
del poeta que, a solas, agoniza.
Hablo de mi mujer y su esperanza.
Y hablo de este pequeño dios
que ha entrado en casa,
después de tantos días esperado.
Hablo y hablo
y nunca sé por qué guardar silencio.
José Antonio Labordeta
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