La vida: múltiple, imprevisible, resistente al desgaste y a la usura.
Hacía 27 años que no venia a Zaragoza para el Pilar. Parece que hace más años todavía que los termómetros no subían hasta los 30° que envuelven estos días la ciudad en un celofán de luz estival.
Mi madre me ha traído hasta aquí. Mi madre, que continua agarrándose a la vida con sus paréntesis y puntos suspensivos, contradiciendo los oráculos médicos que pronosticaban hace unos días un inmediato punto final.
Aprecio la humildad con la que los especialistas se declaran sorprendidos. Cuando la ciencia no acierta a explicar lo inexplicable se inclina ante la evidencia: la voluntad personal del que lucha por seguir vivo. Mi madre, boxeadora vital de profesión, ha ganado el primer round.
Porque a pesar de la pérdida de facultades que estos accidentes cerebrales implican, la Vida, aunque sea limitada y dependiente, sigue siendo una piedra preciosa de valor inestimable.
La observo adormilada en la cama y la noto satisfecha de seguir viva. Cada segundo que pasa es una victoria. La miro orgullosa y le agradezco esa fuerza vital que despliega, que me ha transmitido y que, hasta ahora, yo creía exclusiva de mi cosecha personal.
Es el secreto de las Pilares: la resistencia.
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