viernes, 26 de febrero de 2010

Flores del mas alla


RECORDAR: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón.

Pedro y Mateo Bourg vinieron a mis clases de tarde de Philippeville durante varios años. Todavía recuerdo la intensa impresión que me hicieron el primer día, inmóviles por completo en sus sillas de ruedas, sus ojos ardiendo de deseo de aprender. Desde los 4 años sufrían de una terrible enfermedad que les había condenado a una vida breve, y diría “disminuida” si no hubiera tenido la suerte y el privilegio inmenso de conocerles.
El amor y los cuidados de su madre, Monique, habían prolongado contra todo pronóstico médico, su esperanza de vida. Monique vivía para sus hijos y con ellos organizaba visitas culturales, salidas a conciertos ( a los dos les encantaba la música), fiestas con amigos, vacaciones en diferentes lugares, clases de inglés y de español por la tarde...
El día en que Pedro y Mateo presentaron en clase a su candidato para “el Premio Nobel de Humanidad” los dos coincidieron en elegir a su madre. Ambos eran conscientes de sus extraordinarias calidades humanas. Porque Monique no cuidaba solo de sus hijos. Estaba pendiente de todos y se olvidaba a ella misma en la empresa cotidiana de hacer de cada día una fiesta de vida para los que amaba. Nunca se quejaba de nada.
En 2005 mi vida personal naufragó en un terrible Titanic con la muerte repentina de mi compañero Franco. El día de San Valentin de 2006 Monique me trajo a clase un precioso ramo de flores “de nuestra parte y de parte de Franco, que te lo hubiera regalado si hubiera podido”, me dijo. Desde entonces, y a cada San Valentín, el ritual se repite, con flores y colores diferentes, en una celebración maravillosa de una vida posible más allá de la muerte: Franco celebrando nuestro amor gracias a las manos y al corazón generoso de Monique y de sus hijos.
Pedro se eclipsó hace más de un año llevándose con él la luz que irradiaban sus ojos y dejándonos un mundo más sombrío. Mateo hace solo unos meses.
La semana pasada Monique se presentó en la escuela de Philippeville con un ramo de tulipanes disculpándose por el retraso. Emocionada por revisitar el lugar donde había compartido con sus hijos tantos buenos momentos, me contó como sigue haciendo lo que ella mejor ejerce: el arte maravilloso del encuentro. Sigue cuidando a familiares y amigos. Sigue regalando flores por sus muertos.
Volviendo a casa por la noche, me puse a pensar en el triste ritual de llevar flores a los cementerios. Mucho mejor lo que hace Monique: regalar flores a los vivos de parte de los muertos.
Si hubiera más gente como ella, el mundo sería ese paraíso que poetas y profetas nos afanamos en crear con palabras.
A veces la vida deja atrás a la literatura.
A veces nos pasan cosas tan hermosas que nos hubiera gustado escribirlas.
A veces vivimos los mundos posibles que soñamos.
A pesar de las heridas, merece la pena esta aventura del vivir.
Gracias, Monique, por curar, por cuidar, por dar vida.

2 comentarios:

Matilde dijo...

Gracias a ti, Pilar, por compartir y hacerme emocionar hasta las lágrimas con esta soberbia historia.
Eres una cronista perfecta de las maravillas cotidianas que nos regala la vida

Pilar dijo...

Tus palabras me animan y me empujan a seguir viviendo intensamente para contar "esas pequeñas cosas" (parafraseando a Serrat) que hacen que nuestra existencia sea algo maravilloso y digno de contar... Gracias , Matilde, por ser una locomotora de vida y de escritura!