Ninguno de nosotros es tan inteligente como todos nosotros juntos
(Proverbio japonés)
A menudo utilizamos palabras como buena química, contacto, simpatía para hablar de las relaciones que nuestros estudiantes establecen en clase a través de las actividades que vamos proponiéndoles.
Durante años no alcanzaba a entender por qué, frente a los mismos materiales, profesor, estímulos etc., los grupos no reaccionan de la misma forma y, lo que nos interesa sobre todo como profesores, por qué unos grupos aprenden mejor que otros.
Ahora creo haber dado con una de las incógnitas que permite resolver esta ecuación a favor de un mejor aprendizaje: la capacidad “natural” de algunos alumnos para cooperar.
Desde ya hace bastantes años, con el auge del método comunicativo y el más actual enfoque por tareas, nuestros estudiantes deben, la mayor parte del tiempo que pasan en clase, hacer cosas juntos: hablar con su compañero, repartirse el trabajo, comparar respuestas, hacer hipótesis de lectura, inferir, mejorar su escritura, tomar decisiones etc.
Los estudiantes van aprendiendo en verdaderas comunidades de aprendizaje, pero sin ser realmente conscientes de lo que están viviendo.
En cuanto a nosotros, profesores, estamos firmemente convencidos de que nuestros estudiantes tienen que trabajar juntos y de que saben como hacerlo.
Nos encontramos tan ocupados en motivarles, en proporcionarles estímulos, recursos gramaticales, vocabulario etc., en explicarles las consignas, en comprobar que las entienden etc., etc., etc., que no nos paramos a pensar si nuestros alumnos poseen las competencias sociales que deben actualizar cuando oyen todas esas “palabras mágicas” que repetimos tantas veces en el aula: en parejas, en grupos de tres, toda la clase, en dos grupos etc.
Creemos que saben emitir mensajes claros y convincentes, escuchar, no interrumpir, experimentar la empatía con los demás, dar y pedir ayuda, alentar, crear un clima emocional positivo, infundir energía, dar respuestas creativas ante los contratiempos, y un sinfín de cosas mas esenciales para que el trabajo en equipo sea realmente esa sinergía que nos hace avanzar infinitamente mas rápido que si aprendiéramos solos.
Pero… ¿Saben de verdad? ¿Todos saben? ¿Cómo han aprendido? ¿En sus familias? ¿En la escuela? ¿Han tenido algún modelo?
Otro misterio al que me he ido enfrentando a lo largo de mi carrera docente es lo que me gusta llamar “el patito feo” del aprendizaje. Ese estudiante apenas escolarizado por el que no pondrías la mano en el fuego, al que aceptas en la clase “porque así algo al menos aprenderá” y que luego sorprende a todos por su interés, por su motivación y sobre todo por sus progresos espectaculares. Ese estudiante, tan consciente de sus limites, que no le cuesta nada pedir ayuda a los demás, que se deja ayudar sin que haga mella en su amor propio, al que los “buenos estudiantes” dan lecciones particulares porque además estos se dan cuenta de que, al explicarle a él, entienden mejor ellos.
Animada por el desentrañamiento de estos misterios me he ido acercando, interesando y practicando en mis clases de adolescentes y adultos el aprendizaje consciente de las diferentes habilidades sociales.
En este camino, trazado a base de aproximaciones y con ayuda de brújulas diversas, ha habido algunas constantes que me han inspirado en mi búsqueda de nuevos itinerarios que acortaran la distancia entre el grupo y el aprendizaje.
Al enseñar abiertamente en clase las destrezas sociales, al poner palabras en los sentimientos que viven nuestros estudiantes, al reflexionar y ejercitar aquellos roles sociales que les son menos naturales, les ayudamos a desertar del territorio pasivo de lo mágico, de la inexplicable química de las relaciones, para habitar y así comprender, actuar y dominar los mecanismos que rigen lo humano.
Ellos serán libres después de aplicar lo aprendido a otros ámbitos de su vida: en su trabajo, su familia etc. Y así, además de aprender mejor español, habrán aprendido a formar parte consciente de ese gran colectivo al que llamamos Humanidad y que adquiere tantas y variadas representaciones concretas.
Porque, como profesores, nada de lo humano debe sernos ajeno.
Las habilidades sociales se pueden enseñar de muchas formas. Si trabajamos con el manual Gente Joven de la editorial Difusión encontraréis mucho material para hacerlo.
Os animo, profesores, a enseñarlas en clase.
A continuación, un juego para practicarlas en clase fomentando al mismo tiempo el pensamiento creativo.
El Juego de La Creatividad
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