domingo, 28 de agosto de 2011

Cuidadoras (flores) de otro mundo




He estado unos días en mi ciudad natal, Zaragoza. Mi madre de 83 años se cayó y estuvo ingresada en el hospital. Como necesitaba atención día y noche, contratamos a dos chicas –ambas qué casualidad nicaragüenses – para que nos ayudaran a cuidarla. Observándolas a las dos, me he quedado maravillada de su saber hacer. Me han dado clases, sin saberlo, de paciencia, cariño y ternura con nuestros mayores.

Las dos han dejado a sus hijos pequeños con sus abuelos en Nicaragua y se han venido aquí a buscarles con su trabajo una vida mejor. Me han enseñando con los ojos cubiertos de nubes las fotos de sus hijos que llevan como talismanes en la pantalla del móvil.

Como madre que soy, me puedo imaginar lo duro que tiene que ser no verlos crecer cada día. La que se quedaba por las noches me comentó que aprovechaba la wifi gratuita del hospital para hablar con sus hijos, despiertos gracias a la diferencia horaria. Después de pasar la noche mal durmiendo se iba a cuidar a otra persona mayor a una residencia.

El buen saber-hacer de estas cuidadoras me hace pensar en el trabajo de los artesanos musulmanes que nos dejaron ese arte maravilloso del mudéjar, fruto del mestizaje, que lucen vistosas las torres de las iglesias de mi tierra.

El arte mudéjar, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, es una manifestación artística excepcional, que no forma parte ni de la cultura occidental europea ni de la cultura islámica. Constituye un bien cultural único, que fue posible gracias a unas circunstancias excepcionales de convivencia entre la Cristiandad y el Islam en la España medieval.

La ligereza del ladrillo, en lugar de la pesada piedra, la vida y el movimiento creada por el brillo de la cerámica vidriada bajo el sol, la alegría de los techos de madera policromos, presentan paralelismos metafóricos con la obra invisible que realizan estas cuidadoras con nuestros mayores.

Desde aquí, mi homenaje personal a su arte que debemos pagar como se merece.

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